Escribir es crear sinfonías de un violín vencido.
Reflexiones

Laberinto

Laberinto

 

Laberinto: invitación a lo múltiple encerrado en lo uno. Invitación al juego, a perderse y encontrarse, a descubrir los misterios en lo oculto, a avanzar y retroceder, y volver al punto de partida, para comenzar de nuevo en otra dirección para hallar la salida.
 
Como en la vida, hay un solo comienzo con el nacimiento y una sola salida con la muerte, pero ¿qué nos depara en el medio? A cada uno le toca un recorrido diferente, según los designios con que se mueva, pero una cosa es segura: hay que salir. Como esa sensación perentoria del “no hay vuelta atrás” que siente la madre en el parto, esa personita que tiene adentro tiene que salir de las entrañas sí o sí, aunque duela, aunque no quiera, aunque extrañe luego tenerla en la panza, de lo contrario se muere, y aún así tendrá que salir, o se muere la madre.
 
O como esa sensación que tiene uno a lo largo de la vida, y más aún en las crisis evolutivas, de ese conocimiento intuitivo de que dentro de uno hay otra personita que está pujando por salir, por desarrollarse en una nueva vuelta de espiral, el espíritu esencial que necesita desplegarse en el mundo, si no se muere, se apaga, se va oxidando, o se muere la carcasa exterior. No hay vuelta atrás. La vida puja para adelante, siempre adelante, aunque duela, aunque uno no quiera, aunque extrañe la persona que alguna vez fue, uno no tiene escapatoria, la vida fluye dentro de uno aún sin saberlo.
 
Los caminos de la vida son variados como los del laberinto. En los laberintos de juego, hay quienes  andan con mayor éxito, o con mayor seguridad o mayor intuición ya que no hay mucha racionalidad. Más que un camino indicado, a cada vuelta de esquina hay encrucijadas, donde uno es obligado a elegir, a veces las desviaciones desembocan en callejones sin salida, desde donde uno tiene que retroceder, sintiendo esa desazón del camino errado, del “¿por qué no habré tomado el otro camino que era el correcto?”, del “¿qué hubiera pasado si en lugar de aquí hubiera ido por allá?, ¿cómo sería ahora el camino tan diferente?”.
 
Hay laberintos sin embargo con un orden preestablecido y lleno de simbolismos. Tal por ej el  laberinto de la catedral de Chartres construido en 1220, cuya forma circular dividido por una cruz que delimita cuatro espacios, corresponde al arquetípico mandala utilizado en tradiciones antiquísimas como instrumento para la contemplación o como vía de peregrinación con el objetivo de llegar al centro. Para la psicología jungiana representa este un lugar central en lo interior del alma, al que todo está referido, mediante el cual todo está ordenado, y que representa una fuente de energía.  Se revela en una irresistible compulsión a llegar-a-ser lo que se es, cada organismo debe adoptar esa figura que le es peculiar. Este centro es el sí-mismo.
 
En el edificio de Conciencia sin Barreras en Belgrano se ha reproducido una réplica del laberinto de Chartres, al cual acuden diversos exploradores de la conciencia para recorrerlo caminando en una meditación guiada en compañía de otros. 
 
Mi propia experiencia en este laberinto tuvo una impresión muy fuerte…sentía que reproducía el camino de mi vida en forma solitaria, aún en compañía de los otros que caminaban a mi lado, adelante o detrás de mí, más rápido o más lento, cruzando mi camino o incluso yendo en dirección contraria. Fue una toma de conciencia de estar completamente sola en un mar de gente, nadie podía caminar por mí, cada uno tenía su propio ritmo. Sentía una fuerza que me impulsaba a caminar, no era yo que estaba caminando sino que el camino estaba indicado debajo de mis pies, y no había otro camino. Era como si una cinta deslizadora me llevara. 
 
Al principio parecía que se alcanzaría el centro directamente y de una vez, pero el designio de la vida parece ser más intrincado que esto. El camino me sorprendía de repente con sus recodos, por momentos me obligaba a ir  en dirección diametralmente opuesta, mientras recorría las circunvalaciones que conectaban las cuatro áreas del mandala.
 
La ida hacia el centro me pareció larga, trabajosa. Pasaron imágenes internas, fragmentos de toda mi vida, pasando por las distintas etapas, edades y funciones. 
 
Llegar al centro fue una bendición, un momento sagrado y de reencuentro con el significado,  una reunión con las fuerzas primigenias. Me invadió una alegría serena que impulsaba a volver a salir re energizada. La vuelta me pareció tanto más fácil, quizás porque uno va sembrando a lo largo de la primera mitad de la vida y ya la cosecha resulta tanto más fácil que la producción. Y cargada de energía tenía tantas más ganas de seguir viviendo  y participando en este drama colectivo.
 
Los compañeros de ruta formaban parte  en la trama de la vida, pero cada uno tenía su propia historia. Ellos también contaron sus experiencias, para cada uno el laberinto tendría vericuetos insospechables, como la vida misma.
 
Al reflexionar sobre estas dos formas de laberinto, uno de juego, con sus vueltas caprichosas, irracionales y juguetonas en que uno gana más por intuición que por lógica, y la otra ordenada, sagrada, plena de sentido, se me ocurre que son dos formas de andar por la vida, o acaso todos en nuestra dualidad como seres humanos vamos a veces más a tientas, o alegremente sin saber por dónde terminaremos, y a veces vamos más concientemente buscando el fin, o el centro, que nos dará la paz para llegar hasta el final.
 
Como explica el libro de Los Símbolos  de ARAS (Archive for Research in Archetypal Symbolism): “La paradójica naturaleza del laberinto es dual: a un tiempo circular y lineal, simple y complejo. Su largo y difícil camino, constreñido en un espacio limitado, constantemente vuelta hacia atrás, nos lleva tortuosamente hacia un centro invisible y misterioso. Desde el interior la vista está restringida y es confusa, pero, desde arriba, se descubre un arte y orden supremos. Así, el laberinto representa al mismo tiempo, confusión y claridad, multiplicidad y unidad, encarcelamiento y liberación, caos y orden. Esta paradójica dualidad refleja el objetivo evolutivo de avanzar a tientas por el sufrimiento, la oscuridad y la confusión, para construir una mayor capacidad de insight y perspectiva, expandiendo así la personalidad. En el viaje del laberinto, una vez alcanzado el centro, el camino de regreso siempre será totalmente nuevo.”
 
Así como en el mandala se integra lo racional de la forma con lo irracional de los contenidos que surgen allí, será en la integración de ambos aspectos, conciente e inconciente, que uno intentará vivir su vida  cada vez con mayor plenitud.
 
Lic. Silvia Munton
abril 2013
 

 

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