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Reflexiones

Angustia Ante la Vida

Esa impostora que a veces nos acecha con distintos disfraces,  y que de última, dicen los autores, nos remite a la angustia ante la muerte, tiene una prima, que no sé si no es peor todavía, y que es, la angustia ante la vida.

Esa inevitabilidad de estar vivos, sin pedirlo (¿?) sin quererlo (¿?)

Y la futilidad de apagar la luz mientras nos carcome la voz que dice: “Lo que no resuelvas en esta vida, tendrás que hacerlo en la próxima”, y para quien no crea en la reencarnación, tener la angustia de transmitirle esa angustia a sus seres queridos, si acaso osa pensar siquiera en apagar la luz. Sería como morderle la mano a quien te da de comer. Porque es la vida misma que se alimenta a sí misma.

Más allá de esos extremos, está esa sensación, de estar atrapados en esta vida, con todas sus condiciones, no hay salida. El tiempo nos empuja a pesar nuestro, el ritmo biológico nos marca el destino, como mosca pegoteada a la telaraña, buscamos desesperados la manera de volar, y la araña se ríe en sombras, sabiendo que tarde o temprano, de ella se alimentará. Lo que no sabe la araña, es que ella misma también morirá.

La perentoriedad de nuestros instintos, por sublimados que sean, por espirituales y energéticos nos creamos, como la imposibilidad de dejar de respirar por propia voluntad, nos enfrenta ante esa “necesariedad” última de vivir.

Claro que luego podemos elegir la forma, ponerle todos los adornos que imaginemos, esforzarnos o no, aprender o ser tozudos, pero vivir es una orden. “Haz de vivir”. Y ahora ¿qué hacer con eso? ¡Qué responsabilidad! Y no poder bajarse del carrousel aunque queramos.

Hay quienes encuentran a quién echarle la culpa de tamaño regalo dado sin pedirlo, y hay quienes se sienten tan poco merecedores que se empeñan en castigarse a sí mismos, y a los demás, con la culpa auto-impuesta.

Y hay quienes, de puro agradecidos, encuentran la alegría con el primer soplido, inspiran belleza, no piden permiso,  y riegan las flores con pureza de niño.

Aprender a vivir es  aceptar el regalo, envolverlo en moños, y devolverlo crecido. 

Lic. Silvia Munton, agosto 2015

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